septiembre 10, 2010

"Créame, las religiones se engañan desde el momento en que comienzan a hacer moral y a fulminar mandamientos. Dios no es necesario para crear la culpabilidad ni para castigar. Nuestros semejantes, ayudados por nosotros mismos, bastan para ello. El otro día hablaba usted del Juicio Final. Permítame que me ría respetuosamente de él. Lo espero a pie firme. Conocí algo peor: el juicio de los hombres. Para ellos no existen circunstancias atenuantes y hasta la buena intención la imputan al crimen. ¿Ha oído usted hablar, por lo menos, de la celda de los gargajos, que un pueblo imaginó recientemente para probar que era el más grande de la tierra? Se trata de una caja hecha de mampostería, en la que el prisionero se mantiene de pie; pero allí no puede moverse. La sola puerta que lo encierra en la concha de cemento se abre a la altura del mentón. De fuera, pues, sólo se le ve el rostro en el que cada guardián que pasa escupe abundantemente. El prisionero, apretado en la celda, no puede limpiarse la cara, aunque le esté permitido, eso es cierto, cerrar los ojos. Pues bien, querido amigo, ésta es una invención de hombres. Aquí no tuvieron necesidad de Dios para realizar esa pequeña obra maestra"

La caída, AC

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