octubre 31, 2010

Cuento de terror I

Diablo mirando a través de la ventana, con los ojos puestos en ningún lado, asimilando esta tarde amarilla, imprecisa. Todas sus facciones esculpidas de eterna experiencia dan la impresión de tener el destino inevitable de este preciso momento, como si mortal cualquiera pudiera adivinar, en esta tarde de Marzo, una estatua siniestramente triste, contenida de secretas lamentaciones e irreprimibles odios. Esta imagen, mitad piedra pesada y material, mitad atrocidad por suceder, se obstina en una quietud sospechosa.

Es este un cuarto de paredes profanadas por lo indiferenciable, este es algún piso de ciudad con accesos escalinados, con peldaños interminables que procuran intuir el alivio injustificado de la gracia o el infierno. Una silla y una desvencijada mesa de madera terminan de conformar un austero espacio potencial, una arquitectura para reuniones intolerables en sus secretos.

Sus ojos, vórtices implacables, parpadean ante la refracción violenta de un destello y es como si la promesa de la noche se aventurara en esta tarde tediosa, contaminada de costumbre...Diablo comprueba finalmente una infinita traición y sospecha su figura sobre aquel frío cristal agazapado entre las sombras. Antes de partir hunde su cabeza sobre los brazos, la madera responde inexorable de existencia, el aire lamenta su fatalidad. Atisba la indistinguible tarde acuosa por última vez, tan última vez como tantas otras y desaparece.

El cuarto permanece más de ningún lado entonces, más de ningún tiempo ahora y nosotros, pequeños mortales, alguna vez abriremos una puerta hacia el final de unos estrictos peldaños y veremos el espejo de esta silla y esta mesa, y seremos día y seremos noche...

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